Ilustraciones Cristianas – Un padre que agoniza

UN PADRE QUE AGONIZA

Iba de un lado para el otro, miraba nerviosamente a todas partes y su rostro reflejaba tal consternación que algunos de los que estábamos allí en el parque, nos acercamos para preguntar qué le pasaba. Mi hijo de tres años se ha perdido —nos dijo. Hace un momento estaba aquí y ahora ya no está. Se llama Lucas, es rubio, lleva un vaquero azul, una camiseta blanca y anda en su bicicleta. Un escalofrío recorrió mi estómago. No había que tener poderes telepáticos para saber lo que cada uno de los que estábamos ahí cavilábamos en ese momento. Estábamos pensando en lo peor. No era la primera vez que oíamos de un secuestro por un descuido inocente. Las personas infames pueden estar agazapadas en cualquier parte, esperando la más mínima oportunidad para consumar sus más oscuras fechorías. Intentamos darle ánimos al padre, pero no pudimos aminorar su angustia en lo más mínimo. Cada segundo que pasaba era un precipicio más anchuroso entre este hombre agobiado y su pequeño hijo desaparecido.


Paseantes desconocidos se sumaron a una búsqueda ansiosa para encontrar a Lucas. No era tarea fácil y no sabíamos por dónde empezar. El parque José Antonio Labordeta de Zaragoza tiene cuarenta hectáreas. Mucho terreno para un puñado de transeúntes inexpertos, pero eran la mejor ayuda de la que disponía aquel padre afligido. La policía llegaría instantes después y se sumaría a la pesquisa. Éramos desconocidos unidos en una misma causa, movidos por la desesperación de un padre por su hijo perdido. Caminamos, corrimos, mirábamos por todas partes mientras experimentábamos en carne propia un poco del hondo dolor que atravesaba a aquel hombre en ese penumbroso instante.

¡Lo encontré, lo encontré, aquí está Lucas! —gritó uno de los improvisados rescatistas. Está bien, solo se fue demasiado lejos con su bici y no sabía cómo encontrar el camino de regreso. El padre abrazó al hijo, le besó, examinaba cada parte de su cuerpo para asegurarse de que todo estaba bien. El nerviosismo lacerante se convirtió en gozo y algarabía. ¡He hallado a mi hijo, ya no está perdido, está aquí, conmigo!

Me fui a casa ese día con muchas sensaciones encontradas. Estaba feliz por el final de lo que pudo ser muy bien una tragedia, pero que concluyó en un desenlace feliz. Me impresionó la solidaridad a la que pueden llegar los seres humanos si se lo proponen y comprobé, que a pesar de ser seres caídos, todavía queda en nosotros esa chispa de compasión que un día puso Dios al crear al hombre. Sobre todo, me quedó grabada la imagen del padre de aquel chico, sus ojos enrojecidos, su respiración entrecortada, sus manos en la cabeza, su angustia evidente por su hijo y luego el contraste de un rostro hermoseado por el reencuentro deseado. Tal vez esta imagen sea para mí la más vívida de todas porque también soy padre. ¿Cómo me sentiría si mi hija se perdiera? ¿Qué pasaría conmigo si de pronto ya no estoy al control? Espero nunca tener que averiguarlo.

Mientras agradecía la bendición de nunca haber tenido que vivir algo así, vino a mi mente una persona a quien conozco y que ha pasado por esta dolorosa experiencia muchas veces. Créame, no es un padre descuidado, sus ojos siempre están sobre los suyos. Nada escapa de su mirada diligente, especialmente aquellos que son objetos de su amor. Sin embargo, tiene hijos errabundos a voluntad, vástagos rebeldes que no reparan en la agonía de su Padre celestial. Podría estar enojado, podía estar reticente para otorgar una nueva oportunidad. En cambio, la Biblia lo describe como quien mira al horizonte para ver si divisa al hijo que se fue.

Llegué a casa y le conté a mi esposa lo que había pasado en el parque: un niño se perdió, pero lo encontramos. ¡Tendrías que haber visto la cara de su padre cuando lo volvió a ver! Junto con la exclamación, un pensamiento repentino se adueñó de mí, la imagen del rostro de Dios luego de ver regresar a un hijo. De seguro es un espectáculo que los ángeles disfrutan de ver. El momento en que la agonía del Padre por un hijo perdido se revierte en gozo celestial.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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