Anectodas Reflexivas – Experiencias Aleccionadoras

Experiencias Aleccionadoras

Los niños suelen ser maestros formidables. He recibido de ellos las enseñanzas más agudas que puedo recordar. Casi siempre las lecciones vienen desde inocentes sucesos, cotidianidades que me enseñan acerca de casi cualquier cosa: familia, fe, actitudes, Dios… En el momento que escribo este artículo mi hija mayor acaba de cumplir siete años. Le gusta mirar películas de princesas, montar su bicicleta rosa y comer huevos Kinder. Las princesas y la bici tienen sus respectivas historias, pero los huevos Kinder tienen la característica de que me involucran a mí.

Mi hija quiere comprarlos todo el tiempo, no por el chocolate, sino por el juguete armable que algunos tienen dentro. Arranca la envoltura con rauda maña y devora el chocolate con prisas de colegial que se le hace tarde para ir a clases. Abre el interior, saca las diminutas piezas plásticas y manos a la obra. Su rostro concentrado y la seriedad que le pone a su empresa parece la de un ingeniero que edifica su obra. Emily suele lograr sus propósitos, pero cuando el puzle suele ser más complicado es donde entro yo. Mi hija no tiene vergüenza de pedirme ayuda, no se siente mal por ser insuficiente, le es fácil entregar la carga en mis manos para que yo me ocupe.

Por mi parte, me siento feliz de ser incluido, hay un placer indescriptible en solucionar situaciones a los hijos. Disfruto el rostro de mi hija que se ilumina ante el puzle terminado. Nos abrazamos y besamos como si hubiésemos construido las pirámides o el Empire State. Celebramos la victoria conjunta y mi hija hace la pregunta que me temía: ¿cuándo compramos otro huevo Kinder?

He aprendido a través de estos inocentes sucesos cuánto Dios disfruta de mis oraciones. Cuando digo “no puedo” Él entra en escena inmediatamente. Se pone a mi lado, se tumba en el suelo, y me ayuda a poner las piezas dispersas de mi problema en el justo lugar donde van. Disfruto esos momentos de sublime comunión donde mi Padre me ayuda sin reparos, nunca a regañadientes, sino con tierna cooperatividad divina.

La felicidad del triunfo no se hace esperar y cualquier victoria junto a mi Padre Celestial se convierte en una exuberante fiesta de dos. Siempre soy sorprendido por mi Padre. Él es despampanantemente asombroso. No me siento mal por ser incapaz, sino que disfruto de los privilegios de una relación personal con el Dios de lo imposible. Vivo predispuesto a aprender todo aquello que Dios quiere enseñarme. Me alecciona a través de su Palabra escrita, o mediante un trato suave a mi espíritu mientras adoro, o desde una peculiar experiencia con mi hija de siete años. Dios siempre encuentra la forma de recordarme su naturaleza amorosa.

Sospecho que seguiré armando puzles con mi hija durante mucho tiempo, y creo firmemente que Dios me ayudará con los míos durante toda la vida.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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