¿Sabes una cosa? Te quiero, te quiero mucho

¿Sabes una cosa? Te quiero, te quiero mucho

Cuando mi hija era pequeñita, siempre le decía esto. No importa cuántas veces se lo dijera. Siempre me daba un cálido abrazo y un beso y “-Yo también, te quiero mucho, pá…” me respondía emocionada. Sentir sus bracitos rodeando mi cuello y su corazoncito tan cerca de mí era como una inyección de “energía” capaz de terminar con un día agotador de trabajo y disipar nubes de pesares y angustias.

Hoy en día a pesar del tiempo transcurrido, con frecuencia se lo sigo diciendo a mi esposa y mi hija. Cuando pregunto ¿Sabes una cosa…? yo sé que ellas ya saben el resto. Pero no me importa que ellas ya lo sepan. Yo igual se los digo una y otra vez. Cada vez que de lo profundo del corazón siento la necesidad de decírselos.

Ellas siempre responden de la misma manera, y yo sé anticipadamente lo que me van a responder. “-Yo también te quiero…” acompañado de su correspondiente abrazo y el beso. Pero no importa que yo ya sepa la reacción. No se trata de una situación ni de una cuestión meramente rutinaria ni mucho menos ritual. Se trata de expresiones surgidas como ya lo dije, de lo profundo del corazón y en forma absolutamente espontánea.

Siempre que esto ocurre, los tres salimos fortalecidos. Esa breve, pero intensa situación nos infunde fuerzas, ánimo, nos alienta y nos consuela después de algún agotador día de trabajo o difícil jornada en el colegio.

Sin embargo, descubro con tristeza que no siempre -o por lo menos no con la misma frecuencia- le digo esto mismo a mi Señor. Pero cuando lo hago, no puedo menos que sentir su cálido abrazo. Mi espíritu se regocija. A veces voy en el transporte público de pasajeros en la mañana muy temprano hacia el trabajo encomendando mi día y mis cosas al Señor, cuando le digo esto. Alguna lágrima brota, porque siento como un niño ese cálido abrazo que me rodea, y me conforta. Me da fuerzas, me alienta a continuar a pesar de las dificultades, me llena de gozo y me hace sentir tan, pero tan pequeño… como un niñito que recibe emocionado ese cálido abrazo, un beso de su papá y aunque ya lo sabe, “-Te quiero mucho…” son palabras que una y otra vez no se cansaría de escuchar… que infunden seguridad, ánimo, fuerzas para enfrentar lo que venga y esperanzas para seguir creciendo.

Amado Señor: hoy a través de estas líneas sólo quiero decirte que TE AMO, porque no importa lo que yo sea, sino lo que Tú haces de mí.

¿Y tú? ¿Cuántas veces se lo dices al Señor?

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

(Romanos 8:37-39 RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

COMPARTE


Ahora puedes comentar con tu cuenta de Facebook: